Centro Cultural Playa Ancha se refiere a la representación de la Quema del Judas
Cuando éramos niñes, en los cerros de Valparaíso y en los pueblos del interior de la Quinta Región, la Semana Santa tenía un atractivo especial. Pasaba algo misterioso, en cierto modo mágico. Tenía lugar uno de aquellos ritos cíclicos que albergan un sentido profundo para la comunidad: la quema de Judas.
Tal vez no entendíamos cabalmente su significado, pero nos preparábamos rigurosamente para “el acontecimiento”. Recolectábamos un montón de ropa vieja. Con esa ropa armábamos un muñeco con forma humana. Le hacíamos manos, piernas, cabeza, le pintábamos un rostro. A veces se le rellenaba con paja, o papeles. Parecía un espantapájaros. Lo acostábamos en una carretilla y partíamos con él a recorrer las calles, a pedir monedas, casa por casa. Sabíamos que sería quemado el domingo de resurrección, y que todos los años, por toda la eternidad, Judas tendría que pagar por su traición.
Lo más interesante es que las monedas recolectadas no eran para gastarlas o repartírselas, sino que se depositaban en el interior del muñeco, entre sus ropas. Judas era colgado de un gran poste. Quedaba balanceándose durante horas, tal como alguna vez, hace más de dos mil años, un cuerpo colgó de una rama de un ciclamor. Cuando se le prendía fuego al muñeco, las monedas se calentaban y caían al suelo hechas unas brasas, los niños nos arrojábamos sobre ellas para acaparar las que más pudiéramos, pero eso tenía el costo de que la moneda nos quemaran las manos. Ardía en el interior del puño el metal al rojo vivo, dejando la marca circular de la ignominia.
Experimentábamos en nuestros cuerpos el costo de la traición. Judas es una figura arquetípica, el personaje que representa lo más bajo del ser humano, el punto donde se quiebra la ética y vence la codicia; en la tragedia cristiana le toca representar el triste papel del que traiciona a su comunidad pensando que el dinero le traerá bienestar individual.
Jesús representaba un proyecto de sociedad, amorosa y solidaria. Venderlo fue condenarnos, a todos y a todas. A última hora se da cuenta que todo bien individual es antes que nada bien común. Arroja los treinta denarios al piso y se arrepiente. Pero ya es tarde... y aquí seguimos reproduciendo el error. Es una de las parábolas más intensas de los Evangelios.
Puede que la tradición de quemar al traidor haya cruzado el Océano Atlántico hace muchos siglos, o puede que haya venido en la memoria genética de los conquistadores. Lo cierto es que en Valparaíso, una vez al año, y después de que Jesús ha sido crucificado en el Cerro Placeres, los vecinos de varios cerros ponen en escena esta especie de venganza extemporánea y atávica.
El rito actualiza la tragedia cristiana y, como en la arcaica puesta en escena extática, en el ditirambo, participa toda la comunidad. No es un espectáculo que se mire desde afuera, es un rito de consolidación de los vínculos comunitarios, parte del acervo cultural del país y de la identidad de los pueblos iberoamericanos.
En Plaza Waddington, desde 1997, esta tradición se ha recuperado poniendo énfasis en el sentido más satírico del rito de Pascua, es decir, en su aspecto carnavalesco. En Playa Ancha se quema a un personaje público, que por lo general es algún político de profesión que, según el consenso popular, habría traicionado a la comunidad con sus dichos o hechos. Se entrecruzan, por tanto, en este evento, dos vertientes de la cultura popular: el mito cristiano y la picaresca.
La sátira históricamente se ha instalado como respuesta cultural frente a la impotencia que siente la mayoría de la población ante los poderosos, los intocables, los económicamente privilegiados; como escarnio público en virtud de la impunidad que gozan para llevar a cabo sus actos de corrupción. Actualmente es consecuencia del desencanto que produce la clase política y los partidos, y un síntoma de la desaprobación con la que hoy son evaluados.
Es entonces… una vez al año, que se abre este espacio lúdico, de participación ciudadana, en que se vuelve a poner en escena el nefando momento de la traición humana, cuando se le puede volver a enrostrar públicamente su culpa al traidor. ¿Se entiende bien? La quema de Judas no es una amenaza para nadie, leerlo así es de una mentalidad paranoica y neroniana. La quema de Judas es una metáfora, o como mínimo un síntoma, de un pueblo que necesita expresar su descontento y lo hace lúdicamente, en medio de la plaza pública.